jueves, octubre 20, 2005

Sobre Tecnologías y el Estilo de Vida


En el diario La Nación apareció recientemente un artículo de Umberto Eco, filósofo italiano que se hiciera famoso con el libro El Nombre de la Rosa, y en el que comenta un libro de Maurizio Ferraris “¿Dónde estás? Ontología del teléfono móvil”, en el que se demuestra cómo los móviles están cambiando radicalmente nuestra forma de vivir hasta convertirse en un objeto interesante desde el punto de vista filosófico.
Lo anterior sintetiza cómo las tecnologías pueden ser uno de los pilares que actualmente están moldeando nuestra sociedad y los estilos de vida. Para bien o para mal, los cambios dramáticos que se están produciendo producto del desarrollo de las tecnologías, particularmente la biotecnología, la nanotecnología y las telecomunicaciones nos inducirá día a día a cambiar de tal forma que en unos cuantos años más nuestra forma de convivir será absolutamente diferente.
A continuación reproduzco el artículo:
CON ECO:El teléfono móvil y la verdad
Umberto Eco
En la última columna mía (La Nación Domingo, 25/09/2005) aludía al libro de Maurizio Ferraris (“¿Dónde estás? Ontología del teléfono móvil”), donde se demuestra cómo los móviles están cambiando radicalmente nuestra forma de vivir hasta convertirse en un objeto interesante “desde el punto de vista filosófico”.
Habiendo adoptado también las funciones de una agenda palmar y de un pequeño ordenador con conexión a la red, el móvil se va convirtiendo siempre menos en instrumento de oralidad y siempre más en instrumento de escritura y lectura. Como tal, se ha convertido en un instrumento omnímodo de registro, y ya veremos hasta qué punto a un admirador de Jacques Derrida como Ferraris, palabras como escritura, registro e “inscripción” despiertan su atención.
Resultan apasionantes, incluso para el lector que no es un especialista, las primeras cien páginas de “antropología” del móvil. Hay una diferencia sustancial entre hablar por teléfono y hablar por el móvil. Por teléfono siempre podíamos preguntar si Fulanito estaba en casa mientras que con el móvil (salvo en casos de robo) siempre sabemos quién responde, y si está, lo que cambia nuestra situación de privacidad.
Ahora bien, con el teléfono fijo uno sabía siempre dónde estaba el interlocutor, mientras que ahora tenemos el problema de dónde estará (lo curioso es que puede contestarnos “estoy justo detrás de ti” y, si está abonado a una compañía de un país distinto, su respuesta estará dando la vuelta al mundo para llegar a nosotros). El problema es que yo no sé dónde está el que me contesta pero la compañía telefónica sí sabe dónde estamos ambos, de modo que a una capacidad de sustraerse al control individual le corresponde una transparencia total de nuestros movimientos con respecto al Gran Hermano (el de Orwell, no el de la tele).
Se pueden hacer reflexiones pesimistas (paradójicas y, por lo tanto, creíbles) sobre el nuevo “homo mobilis” u “homo cellularis” -será materia de sesudo debate. Por ejemplo, cambia la dinámica misma de la interacción cara a cara entre Fulanito y Menganito, que ya no es una relación entre dos, porque el coloquio puede ser interrumpido por una intromisión móvil de parte de Zutanito, y entre Fulanito y Menganito la interacción se desarrollará de forma intermitente o se acabará del todo. Así pues, el instrumento príncipe de la conexión (el estar siempre presente yo con los demás, como los demás conmigo) se convierte al mismo tiempo en el instrumento de la desconexión (Fulanito está conectado con todos menos con Menganito).
Entre las reflexiones optimistas, me gusta la referencia a la tragedia de Zhivago que después de muchos años vuelve a ver a Lara desde el tranvía (¿recuerdan la escena final de la película?), no consigue bajar a tiempo para alcanzarla y muere. Si ambos hubieran tenido un móvil, ¿habríamos tenido un final feliz?
El análisis de Ferraris oscila entre las posibilidades que abre el móvil y las castraciones a las que nos somete, ante todo la pérdida de la soledad, de la reflexión silenciosa sobre nosotros mismos, y la condena a una presencia constante del presente. No siempre la transformación coincide con la emancipación.
Ahora bien, una vez llegado a un tercio del libro, Ferraris pasa del móvil a una discusión sobre los temas que más lo han apasionado en los últimos años, entre ellos una polémica con sus maestros originarios, de Heidegger a Gadamer, a Vattimo, contra el posmodernismo filosófico, contra la idea de que no existen hechos sino sólo interpretaciones, hasta una defensa ya plena del conocimiento como “adaequatio”, es decir, como espejo de la naturaleza (pobre Rorty). Naturalmente, con muchos matices, siento no poder seguir paso a paso la fundación de una suerte de realismo que Ferraris denomina “textualismo débil”.
¿Cómo se llega del móvil al problema de la verdad? A través de una distinción entre objetos físicos (como una silla o el Mont Blanc), objetos ideales (como el teorema de Pitágoras) y objetos sociales (como la Constitución o la obligación de pagar los consumos del bar). Los primeros dos tipos de objetos existen también fuera de nuestras decisiones, mientras que el tercer tipo se vuelve, digámoslo así, operativo sólo tras un registro o inscripción.
Una vez dicho que Ferraris intenta asimismo una fundación de alguna forma “natural” de estos registros sociales, he aquí que el móvil se presenta como el instrumento absoluto de cualquier acto de registro.
Sería interesante discutir muchos puntos del libro. Por ejemplo, las páginas dedicadas a la diferencia entre registro (constituye registro un extracto del banco, una ley, cualquier recopilación de datos personales) y comunicación.
Las ideas de Ferraris sobre el registro son muy interesantes, mientras que sus ideas sobre la comunicación siempre han sido un poco genéricas (para usar contra él la metáfora de un pamphlet suyo previo, parece que las haya comprado en Ikea). Pero en el espacio que me consiente esta columna, no se hacen reflexiones filosóficas minuciosas. Algún lector se preguntará si de verdad era necesario reflexionar sobre el móvil para llegar a conclusiones que podían partir también de los conceptos de escritura y de “firma”.
Claramente, el filósofo puede empezar por la reflexión sobre un gusano para diseñar una metafísica, pero quizá el aspecto más interesante del libro no es que el móvil le haya permitido a Ferraris desarrollar una ontología, sino que su ontología le haya permitido entender y hacernos entender el móvil.

martes, octubre 18, 2005

El Fracaso como Inversión

Un interesante post de Raul Herrera en Atina Chile habla de la importancia de los fracasos en el desarrollo de las personas; particularmente en el ámbito laboral se ha empezado a escribir bastante literatura al respecto y uno de los gurus del management Tom Peters, ha puesto en el tapete frases como premiar el fracaso, autodestruirse para progresar, etc. Por eso es enemigo de la calidad total, mejoramiento contínuo y muchos temas de los años 80 y 90, pues responden a una lógica de certidumbre que hoy en el mundo de los negocios, las industrias y la sociedad no existen. En próximos post comentaré sobre estas nuevas frases como fracaso, autodestrucción, incertidumbre, pecados capitales como palanca para tener éxito en la sociedad del consumo, etc. Por ahora dejo el link del post aquí y adicionalmente el link del último libro de dos autores suecos aquí (Karaoke Capitalism), que siguen una logica parecida de cambios radicales que ya son una realidad en los negocios, libro que comentaré en futuros posts.

Como dice el dicho... una persona experta en una materia es aquella que ha cometido todos los errores que se podrían cometer en esa materia.

lunes, octubre 17, 2005

Otro Artículo sobre Freakonomics y la delincuencia

Con relación al Post anterior, este artículo escrito por Alvaro Vargas LLosa en La Tercera, comenta los controversiales hallazgos económicos que hay detrás del fenómeno de la delicuencia según el libro Freakonomics. Complementando el post anterior, la importancia del libro es que trae a colación las causas sociales que derivan en un montón de fenómenos, entre ellos la delincuencia. A continuación el artículo:

¿Es el aborto un antídoto contra la criminalidad?

Cuando la delincuencia se apodera del debate electoral en Chile, en EE.UU. un libro revive una controvertida tesis para explicar la impresionante reducción de la criminalidad en ese país durante los últimos 15 años. En Freakonomics, el economista Steven Levitt afirma que el descenso del número de crímenes se debe principalmente a la legalización del aborto en 1973. Su argumento es que una generación de niños no deseados, mucho más proclives a convertirse en delincuentes, sencillamente no nació.

Alvaro Vargas Llosa
Fecha edición: 16-10-2005

Hace algunas semanas, William Bennett, ex secretario de Educación de Ronald Reagan y vieja figura conservadora, provocó un escándalo en los Estados Unidos cuando lanzó la hipótesis de que abortar a todos los fetos de raza negra reduciría la tasa de criminalidad. Para ser justos, lanzó la hipótesis en forma desaprobatoria, como respuesta a un oyente de radio al que le trataba de explicar que las consideraciones económicas no deben interferir en asuntos morales. Pero el solo hecho de lanzar la hipótesis -que él mismo calificó de inmoral- le valió una avalancha de ataques y una desautorización de la Casa Blanca (que curiosamente se ve obligada a menudo a explicar las afirmaciones de conservadores que nada tienen que ver con el gobierno, como Bennett o, hace algún tiempo, Pat Robertson).
Pero si se elimina el elemento racial, la oportunidad poco atinada y, sobre todo, la identidad del controvertido personaje público que hizo el comentario, queda en pie una tesis según la cual existe una conexión entre el aborto y la reducción del índice de criminalidad en los Estados Unidos. Y esta tesis ha adquirido mucha notoriedad desde el lanzamiento, hace unos meses, del libro Freakonomics, un texto que quiere desmentir de forma provocadora, sencilla y sorprendente muchas de las verdades establecidas acerca de la conducta social. El libro, que trata de explicar cómo los incentivos legales y sociales afectan la conducta de los ciudadanos en asuntos cotidianos, ha tenido un gran éxito de librería. Sus autores son Steven Levitt -un economista joven y premiado que enseña en la Universidad de Chicago- y un periodista, Stephen Dubner, que colabora con el New Yorker y el New York Times.
Su capítulo más polémico intenta demostrar -con estadísticas, comparaciones y una argumentación serena- que la legalización del aborto ocurrida en 1973 es el factor determinante en la caída de la criminalidad en los Estados Unidos a partir de 1990, fecha en que la generación abortada habría alcanzado la edad a la que se empieza a cometer delitos. Según los autores, aun cuando factores como el endurecimiento del tratamiento judicial y el aumento del número de policías han jugado un papel en este fenómeno, hay una conexión decisiva entre el aborto de millones de niños que de otro modo habrían nacido en hogares que no los deseaban y los habrían descuidado, y la caída del número de crímenes tanto violentos como no violentos en todo el país.
Destruyendo mitos
Freakonomics parte de una comprobación: la tasa de criminalidad subió un 80 por ciento entre 1975 y 1990, y a partir de esta fecha registró un descenso pronunciado, hasta situarse en niveles similares a los de 40 años antes.
Levitt y Dubner examinan algunas de las causas comúnmente citadas para explicar el hecho -el endurecimiento de la justicia, el aumento del número de policías, las leyes sobre tenencia de armas, el rendimiento de la economía-, aceptando que algunas de ellas tienen cierta validez. Pero aun aquellas que son válidas resultan, a su juicio, insuficientes. Por ejemplo: el desempleo cayó un dos por ciento en los '90, pero el número de crímenes no violentos se redujo en 40 por ciento. Es cierto, admiten, que la disminución de los crímenes tiene no poco que ver con el hecho de que en el año 2000 cuatro millones de personas estuvieran en prisión. Pero los criminales no fueron a la cárcel antes de cometer los crímenes, sino después, por tanto algo estaba provocando el aumento de la criminalidad, algo que no se explica sólo por el hecho de que el sistema judicial fuera más permisivo, pues sus cálculos indican que el aumento del número de encarcelamientos no ha incidido más de un tercio en la caída del número de crímenes.
También apuntan a desmitificar a Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York, y su "súper policía" William Bratton, a quienes se atribuye universalmente el éxito en el combate contra la delincuencia en la Gran Manzana. Según los autores, la caída de la tasa de criminalidad arrancó en 1990, mientras que Giuliani no asumió la alcaldía hasta 1994. Hacia fines de 1993, ya la delincuencia había caído 20 por ciento.
Y aquí es cuando entra en acción el argumento central. En 1973, la Corte Suprema despenaliza el aborto y sólo en el primer año son abortados unos 750 mil fetos. Hacia 1980, ya había un aborto por cada 2,25 nacimientos exitosos, proporción que se ha mantenido constante desde entonces. En los años 70, el feto abortado tenía 50 por ciento más de probabilidades de nacer en un hogar pobre y un 60 por ciento más de probabilidades de nacer en un hogar de madre soltera que un niño promedio. Como esos dos factores -el haber nacido en un hogar pobre y en un hogar de un solo adulto- duplica la propensión del muchacho a la delincuencia, la legalización del aborto tuvo el efecto de disminuir drásticamente el número de nacimientos en condiciones propicias al desarrollo de un comportamiento delincuencial. En general, sostienen los autores, los niños que nacen en hogares que no los desean suelen ser descuidados por los padres, cuando no víctimas de abuso a manos de ellos, lo que los hace más propensos al crimen.
A partir de comienzos de los 90 -fecha en que la primera ola de niños nacidos después de "Roe versus Wade", la sentencia de la Corte Suprema que dio pie a la legalización del aborto, habría entrado en la alta adolescencia- la tasa de criminalidad empezó a descender de forma muy sorprendente.
Debilidades
Levitt y Dubner creen que la conexión es evidente. Para reforzar su argumento, demuestran que en los cinco estados en los que el aborto fue legalizado antes de "Roe versus Wade" -es decir Nueva York, California, Washington, Alaska y Hawai- el crimen empezó a caer antes que en el resto del país (donde la caída se da a partir de 1990). Entre 1988 y 1999, el número de crímenes violentos se redujo en promedio un 13 por ciento en esos cinco estados.
Para mayor abundancia de pruebas, Freakonomics sostiene que desde 1985 los estados con mayor índice de abortos son también los que han experimentado la mayor reducción de las tasas de criminalidad: un 30% más que en los estados con menor incidencia de abortos. Antes de fines de los años 80 no había relación entre la tasa de abortos y la tasa de criminalidad en ninguno de estos estados.
Hay que añadir que los autores no festejan el aborto ni atacan a quienes se oponen a él por razones morales o religiosas. Al contrario: expresan su respeto por quienes creen que el aborto es un crimen. Su posición tiene de desconcertante el hecho de que rompe la clásica dicotomía izquierda-derecha en el debate norteamericano. Como se sabe, en los Estados Unidos quienes se oponen al aborto suelen ser conservadores y los que lo defienden suelen ser de izquierda. Sin embargo, los argumentos que los autores utilizan para defender su tesis por momentos son conservadores -especialmente en lo que se refiere a la incidencia del crimen en los hogares de madre soltera- aún cuando lo que en última instancia están defendiendo es el efecto benéfico no intencional de la despenalización del aborto, es decir, una posición más cercana a la izquierda.
La tesis de Freakonomics está hábilmente defendida y respaldada en estadísticas sólidas. Quizá su punto más débil es que no indica cómo llega a la conclusión de que el endurecimiento del sistema judicial sólo explica un tercio de la reducción del índice de criminalidad (en lugar de, por ejemplo, significar dos tercios). Tampoco explota bien el embrión de argumento según el cual el hecho de que haya cuatro millones de presos no explica por qué se cometían tantos crímenes antes. Hubieran podido extender ese argumento para explicar que quienes atribuyen al endurecimiento de la justicia la reducción de los crímenes no pueden demostrar aún que el éxito de la "tolerancia cero" será permanente, pues no es seguro que una futura generación no vuelva a la carga y otros cuatro millones de personas tengan que ir a parar a la cárcel nuevamente.
También hubiera fortalecido su argumento una estadística más amplia en relación con la relación entre el crimen y los hogares pobres, los hogares con madre soltera y los hogares en los que hay niños no deseados. Pero, en general, hay suficiente solidez en la estadística que conecta los dos elementos centrales -la fecha a partir de la cual se legalizó el aborto y la caída del crimen- como para merecer una respuesta más sólida y consistente -y menos prejuiciada- de la que ha merecido el libro hasta ahora.