lunes, julio 25, 2005

Nuestras Universidades Chilenas Obsoletas?

Un excelente artículo de uno de nuestros grandes economistas de exportación, Sebastián Edwards, nos hace reflexionar acerca de la educación como motor de crecimiento de largo plazo, pero más allá del "gran tema" que es la educacion, va concretamente a los puntos centrales de reforma que debe tener nuestra educación universitaria para hacer de Chile un exportador de valor agregado y contenido tecnológico (no sólo commodities) y al cual le agregaría (asumo que fue algo que simplemente se le quedó en el tintero) la creación de instrumentos que incentiven el diálogo Empresa - Universidad para promover el desarrollo de la ciencia y la tecnología con fines prácticos y concretos; es decir, premios a la universidades (y sus investigadores) para aquellas investigaciones que resulten en hallazgos concretos que permitan un uso comercial de la invención, como un % en la ventas o utilidades, etc. y de paso las universidades puedan autofinanciarse. Transcribo ahora el artículo de Sebastian Edwards...

LaTercera / Reportajes

Opinión

Las elecciones y nuestra crisis universitaria
Para alcanzar un crecimiento sostenido y duradero, hay que implementar políticas que apunten a que las exportaciones tengan un mayor valor agregado y contenido tecnológico. Desgraciadamente, nuestras universidades difícilmente podrán formar el capital humano requerido para avanzar por esa senda.

Sebastián Edwards
Fecha edición: 24-07-2005
Poco a poco hemos ido conociendo las ideas económicas de los principales aspirantes a la Presidencia. Y es reconfortante confirmar que no hay demasiadas diferencias de opinión. Los tres candidatos nos dicen que la apertura económica es positiva, y que un modelo basado en la competencia es el adecuado para el país. También hablan de una mayor flexibilidad laboral y de mantener la regla del superávit estructural. Y si bien han surgido algunas discrepancias en materias de impuestos, éstas no parecen ser demasiado profundas: mientras Joaquín Lavín ha hablado de bajar algunos impuestos para incentivar la inversión, Michelle Bachelet ha dicho que, de ser necesario, los aumentaría levemente, y Sebastián Piñera que los mantendrá en sus niveles actuales.
Los candidatos han planteado ambiciosas metas para el crecimiento del país. Lavín se ha referido a un crecimiento del 7% por año, Piñera entre 6% y 7%, y Michelle Bachelet ha mencionado un promedio de 5%. Pero el querer no es poder. Como la historia nos ha enseñado repetidas veces -incluso durante la administración de Ricardo Lagos-, las metas de crecimiento que los políticos prometen en las campaña rara vez son alcanzadas en la realidad.
Es por ello que debemos centrarnos en el diseño de políticas económicas que le permitan al país crecer a tasas saludables; no necesariamente a las tasas prometidas en el fragor de las campañas, pero a las mayores tasas posibles dentro de un esquema de sustentabilidad medioambiental.
No cabe ninguna duda de que sin reformas económicas profundas, Chile sólo logrará tasas de crecimiento mediocres en el mediano plazo. El saludable crecimiento actual es fundamentalmente el resultado de condiciones externas extraordinariamente favorables. Pero estas condiciones, inexorablemente, cambiarán, y el país volverá a enfrentar un entorno externo más sobrio.
Nuestras pobres universidades
Para alcanzar un crecimiento sostenido y duradero es necesario implementar políticas creativas y audaces; que incentiven la inversión y la productividad. Como lo han planteado Fernando Flores y Alejandro Foxley, estas políticas deben apuntar a que las exportaciones tengan un mayor valor agregado y contenido tecnológico.
Ese es nuestro verdadero desafío. Y, desgraciadamente, no estamos bien preparados para enfrentarlo. Nuestro sistema educacional no tiene la capacidad para ello; nuestras universidades difícilmente podrán formar el capital humano requerido para avanzar por esa senda. Desgraciadamente, ésta es una verdad sobre la que nadie quiere hablar. Como en el cuento de Hans Christian Andersen, nadie se atreve a decir que el emperador no tiene ropas.
Hace unos meses el suplemento de Educación Superior del prestigioso periódico londinense The Times publicó su último ranking sobre la calidad de la investigación y la enseñanza en las universidades del mundo entero. Este es un ranking basado en el número de publicaciones en revistas académicas, las patentes por invenciones y diseños otorgadas a las distintas universidades, y la frecuencia con la que sus profesores son citados en publicaciones especializadas. El estudio del Times cubre varias categorías, incluyendo ciencias, ingeniería y tecnología de la información, y biotecnología. (ver http://www.thes.co.uk)
Para nuestro país, el panorama que emerge de este estudio es desolador. Mientras Chile tiene dos tenistas entre los 30 mejores del mundo, escritores súper top, y motociclistas que "la llevan", no tiene ninguna universidad entre las 200 mejores del mundo. Es difícil creerlo, pero incluso nuestro fútbol -el que históricamente ha sido el talón de Aquiles de nuestro orgullo nacional- está mejor rankeado que nuestras universidades.
Algunos dirán que soy muy exigente y poco realista; argumentarán que después de todo somos un país chico y lejano, y que no podemos aspirar a estar entre la elite académica. Otros se consolarán con el hecho de que el resto de América Latina también tiene resultados paupérrimos. Pero esas son excusas de carretonero. No somos ni tan chicos ni estamos tan lejos. Además, es hora que dejemos de compararnos con nuestros tristes vecinos, y que compitamos en el contexto internacional, midiéndonos con los mejores.
Según el estudio del Times, los primeros puestos en cada una de las categorías científicas están dominados por universidades anglosajonas -la Universidad de California, Berkeley; Harvard; MIT; Cal Tech; Stanford; Cambridge y Oxford-, lo cual no es del todo sorprendente. Pero lo que es verdaderamente interesante es que entre las 100 mejores universidades del mundo, hay una serie de instituciones de los países emergentes, muchos de los cuales tienen, incluso, un ingreso per cápita menor que el de Chile.
En ciencias, China tiene siete universidades entre las 100 mejores; Israel tiene 3; Corea, 2; India, 1; y Singapur 1. La cosa es aún más impresionante en la categoría de "ingeniería y tecnología de la información": entre las 10 mejores universidades del mundo hay tres de países emergentes (India, Singapur y China), y varias otras se ubican en los lugares siguientes (pero ninguna latinoamericana). Y en biotecnología, varios países emergentes tienen universidades ubicadas entre las 100 mejores. Entre ellos destacan China, India, Singapur, Israel, Turquía, Tailandia y Brasil.
Pero esto no es todo, los países avanzados productores de commodities, como Nueva Zelanda, Australia y Finlandia tienen varias universidades ubicadas entre las mejores del mundo, especialmente en el área de biotecnología. Estos programas ponen en contacto a científicos con distintas empresas, lo que permite desarrollar nuevos y mejores productos de exportación.
Cesantes ilustrados
Esto es, exactamente, lo que nosotros debiéramos estar haciendo. Desafortunadamente, el escaso apoyo a la investigación universitaria en nuestro país ha impedido que ello suceda.
En el siglo 21 las universidades deben formar generalistas; individuos que sean capaces de resolver problemas complejos y sepan adaptarse con rapidez a nuevas circunstancias. Personas que con agilidad puedan aprender nuevos métodos y técnicas, que tengan gran capacidad matemática, dominen el uso de computadoras, y que tengan gran flexibilidad para readecuarse a un cambiante mundo laboral. Durante su vida, estos individuos cambiarán muchas veces de trabajo, para lo que tendrán que reciclarse e, incluso, reinventarse. Para ello tendrán que volver a asistir a la universidad, enrolándose en cursos cortos y de actualización, aprendiendo nuevas técnicas. Todo esto requiere de una verdadera revolución de la enseñanza universitaria.
Por desgracia, la mayoría de las universidades en Chile hacen exactamente lo contrario. Forman súper especialistas que a temprana edad quedan encasillados en disciplinas rígidas, muchas veces sin opciones laborales y con escasa productividad. Muchos de estos individuos se transforman en desempleados ilustrados, y en ciudadanos frustrados y apáticos.
Los candidatos a la Presidencia deben entender que sin universidades de primer nivel, Chile no podrá pasar al próximo estadio del desarrollo. Sin avances significativos en la investigación científica y tecnológica, seguiremos siendo productores de materias primas semi-elaboradas, lo que limitará el nivel de desarrollo que podamos alcanzar. Es necesario que los candidatos presenten sus programas para fomentar la ciencia y la tecnología; que expliquen cuál es su visión sobre la educación superior en Chile, y que nos digan cómo harán para ayudar a cerrar la enorme brecha que hoy día existe entre nuestras universidades y las mejores del planeta.